Desde hace más de dos siglos, el Jardín Botánico -que sin cambiar de sitio ha pasado de estar en La Orotava a estar en el Puerto de La Cruz- ha sido uno de los lugares más visitados de la isla de Tenerife. Hoy, como en otras ocasiones, te proponemos una microAventura ciudadana, un paseo por una de las joyas de la botánica existentes en nuestras islas Canarias y que merece la pena conocer.
- Dónde: Puerto de la Cruz.
- Duración: El tiempo que desees pasear por el parque.
- Dificultad: Baja.
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La historia del Jardín es muy interesante. Tiene ya 235 años y solo para situarte te comentamos algo sobre su origen y su función inicial.
Estamos a finales del siglo XVIII, la Tierra no estaba del todo explorada, las naciones se interesaban por un mundo en el que aún existían vastas regiones desconocidas, en África, América y Oceanía. Un objetivo, entre otros, de ese afán exploratorio era la recolección de especies vegetales desconocidas, que pudieran tener algún tipo de utilidad para la agricultura, la obtención de productos medicinales o simplemente por el placer de contemplarlas debido a su particular belleza.
Se crearon entonces los denominados jardines botánicos, recintos a donde esta flora exótica era trasladada con el propósito de su desarrollo y conocimiento.
Así, en España, el rey Carlos III crea en Madrid, en 1781, el Real Jardín Botánico. Al poco tiempo se tiene constancia de que no es fácil hacer prosperar allí especies vegetales propias de países tropicales, donde no existen los “erizados yelos del invierno” que las hacía perecer.
Para solventar este problema, se tuvo la idea de proponer un lugar intermedio en este proceso de trasplantar especies desde países cálidos, y se propone la creación de una Jardín de Aclimatación, donde las plantas pudieran desarrollarse en un clima más benigno, para posteriormente ser trasplantadas o sembradas en los Reales Jardines de la capital.
Así que Carlos III ordena la creación de nuestro botánico en los términos que copiamos de un Catálogo del Ministerio de Fomento de 1923, elaborado por el ingeniero agrónomo Francisco Menéndez:
Por Real orden de 17 de agosto de 1788 encargó el Rey Carlos III al Sr. D. Alonso de Nava y Grimón, Marqués de Villanueva del Prado. que estableciera en esta isla de Tenerife, y en terrenos los más adecuados, uno varios plantíos para procurar la germinación y desarrollo de diversas plantas exquisitas, cuyas semillas había hecho venir de Asia y de América, por considerar que el clima y temperamento de estas Islas Canarias es más análogo al de los parajes nativos de dichas plantas que el de la Península, donde en los años anteriores se hablan logrado solamente algunas en los Reales Jardines de Madrid y de Aranjuez, pero a costa de mucho cuidado y reparos para resguardarlas de la crueldad y aspereza de los inviernos que destruyen su naturaleza.
Comienza entonces la difícil andadura del Jardín. Tras algunos ensayos en la Laguna y Santa Úrsula se comprobó que donde mejor crecían era en terrenos comprendidos entre la villa de la Orotava y su puerto.
Se consigue un donante que aporta los terrenos, otros que proporcionarán el agua del riego, se acondicionan las tierras, que eran de regular calidad, se distribuyen los los espacios, se dispone el orden de las plantaciones y lo más difícil, comienza la incesante busca de jardineros y botánicos competentes. Una tarea de la que don Alonso de Nava y Grimón se hizo cargo durante más de cuarenta años, hasta su muerte, razón de sobra para que su labor sea recordada con un busto y un bajorrelieve en el propio Jardín.
¿Cómo llegar?
Al Puerto de la Cruz se llega por la carretera del Botánico y esta sola indicación casi es suficiente. Pasas una amplia curva, un largo muro con verja, de más de 200 m, tras los cuales ves una masa arbolada. Cuando acaba, giras a la derecha y ves la entrada. Para visitarlo hay que pagar muy poco, 3 o 2 € (si eres residente en Canarias). Recibes un folleto o tríptico con información del Jardín. Puedes ser de esas personas que primero leen y luego actúan, y entonces te haces una idea general de lo que puedes ver, o actúas a la inversa, haces la visita y luego te interesas por saber dónde has estado, y así al leer la información en casa, seguro que te entran ganas de volver para completar una visita que realmente nunca acaba.
Por lo pronto, a caminar sin prisas por los paseos que alguien trazó hace más de 200 años. Helechos arborescentes, palmeras de todas clases, orquídeas, árboles gigantescos con troncos increíbles, plantas con hojas extraordinarias, flores y frutos espectaculares, plantas acuáticas con flores preciosas donde se posan las libélulas, mariposas que vuelan su color entre las sombras…
Siéntate y respira; dibuja si te apetece; toma fotografías; plantea acertijos a tus acompañantes, por ejemplo, ¿dónde está el Ginkgo biloba árbol sagrado chino, con hojas tan peculiares, dónde la planta que llaman espina de Cristo, dónde el pino canario, Pinus canariensis, o la palmera de nuestras islas, Phoenix canariensis, que ya es una de las palmeras del mundo?
¿Qué es el Jardín Botánico?
Podríamos decir que se trata de un ecosistema que es resultado de su primer origen y de su compleja evolución a lo largo del tiempo. La finalidad con la que fué creado, hoy no parece tener sentido. Se desconocían muchas ciencias, como, por ejemplo, la genética, la ecología o la fisiología vegetal, y la principal teoría que ordena y da sentido a todo el mundo de los seres vivos: la teoría de la evolución.
La disposición inicial del Jardín seguía el orden de Linneo, el célebre naturalista sueco y sabemos hoy que no tiene mucho fundamento. El Jardín debe tener otras funciones igualmente valiosas, si no más, de las iniciales para las que fue concebido. Observar, conocer, relacionar, valorar, educar, reflexionar sobre el mundo natural del que, aunque no lo creamos, todavía formamos parte. Hacer investigación científica, promover y desarrollar la jardinería, etc. Debemos aprender a valorar cada hoja, cada árbol, cada flor, cada arbusto, cada brizna de hierba de nuestros campos, de nuestros montes, de los parques y jardines de nuestras ciudades porque si no estamos perdidos.
Terminamos
Dulce María Loinaz, la poetisa cubana que el Puerto de La Cruz adoptó como hija, escribió en Un Verano en Tenerife, que “los días en el Puerto vuelan como las hojas del almanaque al viento del mar”.
Podemos destinar, como ella, uno de nuestros días a visitar este hermoso Jardín, y al salir, caminar por la suave pendiente que lleva a la ermita de Nuestra Señora de La Paz y, unos metros más abajo, hasta los acantilados, lugar mágico sobre el Atlántico, desde donde hacer volar nuestra imaginación tanto como queramos.
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