Son las 18:00. Acabas de salir de la oficina en una tarde de verano, miras al cielo y observas que hace un espléndido día. Te apetece hacer algo diferente, y lo primero que te viene a la mente es “Subir una Montaña”. ¿Será posible?.
- Dónde: La Caridad, Tacoronte. Pero en tu caso podría ser cualquier montaña cercana a donde vivas.
- Duración: 2 horas, quizás algo menos. Si vas por el camino, en vez de campo a través, probablemente lo hagas en 1 hora.
- Dificultad: Sencilla. Si no sería imposible hacerlo en poco menos de dos horas.
- Imprescindible: Agua y el móvil bien cargado, en especial si vas sólo.
El destino
Por supuesto que sí. Piensas un poco. Tiene que ser algo cercano. No es cuestión de escalar el Everest en 3 horas de luz que le quedan al día, pero siempre hay alternativas.
Estás en la zona metropolitana de Tenerife, y necesitas urgentemente una montaña que esté cerca y, por supuesto, que no sea muy alta. Echas un vistazo al Google Maps y mientras deslizas tus dedos sobre la pantalla recuerdas un lugar concreto. Lo buscas en el mapa y ¡boom!, ¡éste es!.
Un cono volcánico de pequeña altura en el barrio de La Caridad, en Tacoronte. Recuerdas haberlo visto desde lo alto, en un viaje en avión aterrizando en Los Rodeos desde el norte. Desde las alturas parecía fácilmente accesible.
Llamas a un amigo. Las microAventuras improvisadas han de ser siempre en compañía. Ante imprevistos siempre es mejor contar con una segunda opinión.
¡Se apunta!, esto marcha. Tienes el tiempo justo para pasar por casa, coger unas botas, algo de agua y, por supuesto, la cámara de fotos. Seguro que las vistas desde arriba son impresionantes.
El lugar está apenas a 15 minutos en coche. Justo aquí:
Pones el GPS para no perderte callejeando por la zona, aunque la ruta es relativamente sencilla.
Aparcas al pie de la montaña, miras hacia arriba y piensas: ¡a por ella!. Nada más empezar un grupo de cabras desciende por la ladera. Los animales bajan frescos, si han subido hasta la cima no parece que sea una ascensión muy dura. Aún así, hay que ser precavido al compararse con una cabra en estos menesteres.

Subiendo la montaña
Inicias el ascenso pensando en encontrar un sencillo sendero que te lleve hasta la cima. Al menos en internet se vislumbraba uno de forma clara. Lo encuentras, pero desafortunadamente está vallado con una malla plástica. ¿La saltas?, ¿Será una propiedad privada?, ¿Intentas dar un rodeo?.
Tras pensarlo decides bordear la montaña en busca de otra ruta para ascender, al fin y al cabo se trata de una microAventura, no de un paseo dominguero.
Recorres unas decenas de metros mirando de reojo hacia la cima y, tras no encontrar alternativa, decides acortar campo a través, para intentar alcanzar una pequeña senda que se vislumbra desde abajo.
El trayecto es lento y difícil. Transcurre en su mayor parte entre “rabo de gato” y tuneras o pencas. En algunas zonas se hace difícil avanzar sin atravesar pobladas telas de araña.
Tras más de media hora de interminable pendiente, alcanzas un claro que se dirige hasta la cima. El claro se transforma poco a poco en camino, eso sí, flanqueado por una hilera de zarzas imponentes a cada lado, que dejan leves arañazos en tus piernas.
Unos minutos más y has alcanzado la cima. Te paras para coger aire y de repente te ves sorprendido por el espectáculo que tienes alrededor. Unas impresionantes vistas del Teide, el valle de la Orotava, la costa norte de la isla y La Laguna.

Es hora de tomarte un respiro. Lo has conseguido: «subir a una montaña». la montaña está conquistada. Toca un merecido trago de agua y dar una vuelta por las alturas.
Fotografías desde la cima
La cima es un cono perfecto, con un pequeño cráter redondo en su interior, plagado de un impenetrable bosque de zarzas. Varios eucaliptos bordean la vertiente noroeste, justo por donde en pocos minutos va a ponerse el sol.
La vista es espectacular hacia el centro de la isla, sin embargo en otras direcciones los árboles dificultan una visión clara.
Te ha costado más de la cuenta subir esta montaña, y el sol ya está muy bajo en el horizonte. Hay poco tiempo para pensarse la foto. Montas el equipo y encuadras lo más rápido que puedes, y durante el proceso ocurre: unas nubes solitarias en un gran cielo despejado comienzan a teñirse de un rojo intenso. Casi no te da tiempo de montar el trípode, pero te apañas. No puedes dejar pasar la oportunidad.
Montas, disparas a toda prisa, apenas sin enfocar, y piensas: “que sea lo que Dios quiera…”.

El Sol se pone y la noche comienza a hacerse cargo del cielo. Disfrutas por un último instante de las vistas y el aire puro que se respira a poco que ganas algo de altura.
Enciendes el frontal y buscas un camino de vuelta. Por suerte parece existir uno, en el lado norte de la montaña. Desciendes en diez minutos lo que hace un rato te llevó más de media hora ascender, pero no importa, vas con la sensación de haber hecho algo diferente.
Al final del camino hay un somier dispuesto en forma de puerta. No es cuestión de volver a subir la montaña, así que atraviesas la entrada y avanzas unos metros. Alcanzas la malla plástica que viste cuando empezabas a subir. Pasas por debajo y llegas a la carretera. Fin de la microAventura.
Llegas al coche y al sentarte piensas en cómo te ha ido el día. Sólo recuerdas las últimas tres horas, las que realmente han valido la pena en la jornada. Es ésta la esencia de las microAventuras.
Y lo mejor, todavía hay tiempo para reponer fuerzas con un sabroso bocadillo.