Hoy nos aventuramos a descubrir la playa de La Laja, una joya en plena capital grancanaria, que pasa desapercibida a la vista de propios y extraños, camuflada entre el ruido cosmopolita de otros arenales capitalinos.
- Dónde: Las Palmas de Gran Canaria
- Duración: 30-45 minutos.
- Dificultad: Baja.
- Imprescindible: Bañador, si te apetece darte un chapuzón y el tiempo acompaña. Descargar artículo en PDF
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La playa desconocida
La isla de Gran Canaria atesora playas increíbles. No en vano las largas extensiones de arena dorada son uno de sus reclamos turísticos más socorridos. A los espectaculares arenales de la costa de Tirajana se suma una de las playas de ciudad con mejor clima del mundo, Las Canteras.
Esta playa, junto con la de las Alcaravaneras, al otro lado del istmo de La Isleta, conforman las dos ensenadas principales de la capital, y son enclave de esparcimiento habitual para los habitantes de la ciudad de Las Palmas.
La fama de estos arenales ensombrece sin embargo las virtudes de otra playa, la tercera en discordia. Se trata de La Laja, al sur de la ciudad. Todo un descubrimiento para aquellos que no se han acercado aún a su orilla y decidan acompañarnos en esta nueva microAventura.
La puerta del sur
La Laja es una playa situada a las puertas de la ciudad, en su extremo más meridional. Dispuesta casi paralela a un eje norte-sur, su orilla se extiende orientada al este, bajo la sombra de un imponente acantilado.
La carretera que da acceso a la ciudad desde las localidades del sureste pasa muy próxima a su orilla. Esta era antaño la única vía de entrada a la ciudad desde el sur. Un trayecto hacia la capital en el que el túnel de La Laja primero, y la propia playa después, anunciaban al viajero la cercanía del barrio de San Cristóbal.
Esta circunstancia hace que la playa de La Laja no sea extrictamente desconocida. En la isla todo el mundo sabe dónde está y la ha visto alguna vez. Pero… ¿Cuántos le han prestado el interés que se merece?
Yo mismo habré pasado junto a La Laja cientos de veces, quizás mil, y todas y cada una de ellas su singular estampa ha capturado por un instante mi mirada, invitándome a visitarla.
Hay algo en ella que llama poderosamente la atención del que se le acerca: quizás sea su inusual carácter salvaje, estando tan próxima a la ciudad, el aspecto peligroso de sus aguas, que haya siempre tan poca gente, o que los bañistas se concentren en sus extremos, dejando un amplio espacio vacío en la zona central. Sea como fuere hoy nos hemos decidido a visitarla con el afán de descubrir sus misterios, y que deje de ser para nosotros una desconocida.
A los pies del Tritón
Comenzamos el recorrido en su extremo sur, en una zona de aparcamiento a la que se accede desde la propia autovía GC-1. Aquí nos recibe una espectacular escultura. Exordio el Tritón. Su imponente estampa ,que parece recién salida del mar, se yergue sobre un promontorio unos metros sobre el océano, al borde del acantilado.
Es el principio o el final, según se mire, de toda una avenida marítima que recorre la ciudad. Unos metros más al sur tan solo queda espacio para otro pequeño monolito: una escultura homenaje a los desaparecidos en época del franquismo, en la cercana zona conocida como la Marfea.
Partimos desde el Tritón en dirección norte, y pasamos junto a zonas ajardinadas entre las que se encuentra un rocódromo. Al menos su estructura, pues nuestra impresión es que se encuentra en desuso y en pobre estado de conservación.
Avanzamos algo más y se descubre ante nosotros, ahora sí, la playa.
Bajamos por el acceso y accedemos al paseo por su extremo sur. Aquí un espigón hace de cierre al arenal. Estamos en uno de esos días desapacibles, la marea está alta y hace viento. Aun así algunos bañistas toman el sol en la zona en que la playa describe una ligera curva. Lo hacen bajo la atenta mirada de un par de vigilantes de la Cruz Roja, que conversan animadamente bajo su puesto de vigilancia.
1200 metros de negra arena
Nos disponemos a recorrer la playa en toda su longitud, y pretendemos hacerlo desde el paseo, que intenta sin éxito esquivar los sinuosos movimientos de la arena.
Por tramos el firme desaparece, sepultado bajo dunas de diverso tamaño que se arremolinan entre las estructuras de cemento de la avenida. Tenemos la sensación de estar en un lugar abandonado, uno de esos escenarios de película de trama postapocalíptica.
La gente ha desaparecido. Ya no hay nadie a nuestro alrededor. Nos cruzamos con algún paseante ocasional, también por la avenida. Nadie hay en la arena.
El mar bate hoy con cierta energía, y algunas banderas clavadas en la orilla advierten de la peligrosidad de las corrientes. Es seguramente esta una de las razones por las que la parte central de la playa se muestra siempre tan salvaje, tan virgen.
Continuamos avanzando, pues son casi 600 metros todavía los que nos separan del extremo norte, y nos invade una sensación extraña. Es como si de repente estuviésemos en un lugar inesperado. Como si este sitio no debiera estar aquí, tan cerca de nuestro entorno cotidiano.
Enfrascados en estos pensamientos nos aproximamos al final, y entonces el paisaje vuelve a cambiar por completo.
La playa cobra vida
El extremo norte de la playa se revela ante nosotros desde la distancia, y en él es evidente la presencia de un grupo más numeroso de bañistas. A algunas personas, distribuidas sobre la arena de cualquier manera aquí y allá, les suceden primero algunos surfistas, luego un grupo más grande, que casi se apelotona al final. Es evidente que es esta la zona más propicia para el baño. No solo por la naturaleza propia de la playa, que los visitantes habituales deben conocer bien, sino por su proximidad a la ciudad.
Leemos que aquí las casas se apelotonaban en el pasado junto a la orilla, y que en una de ellas residió el compositor grancanario Néstor Álamo. De aquella parte de la ciudad apenas queda en pie un singular torreón, dado en llamarse Torre del Viento, que cuentan fue parte de la vivienda que habitó el afamado artista.
Trapasamos el extremo final de la playa, ahora sí, entre un cierto gentío, y avanzamos un poco más. Descubrimos entonces una nueva zona acondicionada para el baño. Una suerte de piscinas naturales que, incluso en días tan desapacibles como estos, son frecuentadas por aquellos que no se resisten a renunciar a su baño diario en el mar.
Es este el final de nuestro recorrido. Volvemos deshaciendo el camino, andado hacia los dominios del Tritón. La Laja ya no es para nosotros una desconocida y ya no la miraremos con los mismo ojos cada vez que pasemos a su lado.
Más en los alrededores
Si te apetece prolongar algo el paseo puedes llegar hasta el cercano Castillo de San Cristóbal, lugar que bien merece una visita. Si por el contrario piensas regresar hacia el sur, puedes darte un salto a otros enclaves próximos en la costa de Jinámar, como son el Sitio de Interés Científico de Jinámar o el yacimiento de La Restinga.
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