A veces, por distintos motivos, has tenido que permanecer obligatoriamente en un lugar durante un tiempo, recuerda por ejemplo, como, de niño, convalecías en la cama con fiebre durante días, y era frecuente que, para ayudarte a pasar las interminables horas, tus padres te acercaran, por ejemplo, algún pequeño tesoro, tal vez la misteriosa cajita que siempre tuviste prohibido abrir, quizá la colección de estampas antiguas, o las revistas de cine, que guardaban como un tesoro. Has vivido en muchos momentos confinado. En ese avión que vuela durante horas mientras cruza el Atlántico o cuando pasaste varios días a bordo en un barco y parecía que nunca llegabas a puerto. Como estudiante es posible que hayas pasado semanas de invierno en lugares alejados que te son extraños, como Belfast, Bonn o Edimburgo. Si tienes cierta edad, sabrás también de los interminables días del servicio militar, los del principio en los campamentos de instrucción, los del final inexplicablemente dilatados y lejanos. Y no hay posibilidad de escapar.
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MicroAventura de interior
Vivimos tiempos extraños, desconcertantes, inciertos. Por unos días, por semanas probablemente, nos obligan a permanecer confinados en nuestras casas. Se producen cambios en nuestra percepción del espacio y del tiempo. Los psicólogos nos hablarán de ello en el futuro. Hoy te invito a un breve ejercicio válido para estos momentos en que no tienes la eterna disculpa de llegar cansado a tu casa o de la falta de tiempo. Es el momento de poner orden en tus cosas, de abrir esas cajas que tienes guardadas desde hace tiempo, que ni siquiera sabes muy bien dónde están y echar una ojeada a ver qué encuentras.
Todos guardamos cosas, demasiadas probablemente porque el espacio es cada vez más limitado. Algunas se resisten a ser abandonadas y aunque quisieras desprenderte de ellas, como si tuvieran voz propia, se niegan insistentemente. Te acompañarán siempre. Veamos qué encontramos en nuestra gavetas. Es, por decirlo de alguna manera, una microAventura interior, en un espacio reducido, pero en un tiempo dilatado, que puede extenderse a muchos años de nuestra vida. He aquí algunos de los objetos que encontré en mi particular microAventura interior que te ofrezco hoy.
Las reglas de cálculo
Las reglas de cálculo eran las calculadoras mecánicas usadas hasta los años 70 del siglo XX por los estudiantes, profesores, ingenieros, científicos y técnicos. Permitían mediante reglas deslizantes, hacer multiplicaciones y divisiones que, con el uso de escalas logarítmicas, se transformaban en sumas y restas. Siempre me parecieron unos instrumentos estéticamente preciosos. Muy agradables al tacto, con números y marcas perfectamente impresos, sus delicados tonos pastel en algunas escalas y el suave desplazamiento de las reglas y del cursor. Y no necesitan pilas. Después de 40 años funcionan como el primer día.
La HP 48SX
Si, todos hemos tenido calculadoras, muchas han ido a la basura, pero mi HP48SX sigue en el cajón. No la puedes abandonar. Extraña, con su Notación Polaca Inversa (RPN), en la que primero introduces los datos y luego la operación. Una vez que has aprendido te resulta difícil usar las calculadoras normales. Con sus librerías de ecuaciones. De vez en cuando vuelvo a ponerle pilas y disfrutar del suave tacto de sus teclas.
Los cristales de cuarzo
Esta pequeña pieza de cuarzo, lleva años conmigo. ¿Cómo no sorprenderse ante un cristal natural? El mineral convertido en pura geometría por la propia naturaleza. Nunca me canso de darle vueltas a sus prismas hexagonales, ver las estrías horizontales de sus caras, las pirámides del final, los efectos de la luz al atravesarlos. Vuelve siempre a mis manos, estable, fiel, inmortal.
La lupa
Habrá algo más milagroso que una lupa. Capaz de concentrar la luz del Sol hasta el extremo de incendiar el papel o las secas briznas de hierba, convertir el minúsculo ojo compuesto de los insectos en el campo de mosaicos hexagonales que forman sus cientos de ocelos individuales. Ver con claridad los surcos de las huellas digitales. La lupa pequeñita con apenas 8 o 10 aumentos, la acercas a tu ojo y desde esta posición acercas el objeto que quieres ver aumentado. Se convierte entonces casi en un microscopio. Ideal si quieres observar las minúsculas piedras preciosas de los anillos, la transparencia de los diminutos brillantes.
El imán
Los imanes siempre fueron más extraños. Intrigan pero a la vez desconciertan. La forma de herradura en cuyos extremos quedaban las limadura de hierro, la repulsión de los polos. No sé. Siempre están ahí, un poco perdidos en la infancia. Pero otra cosa son los imanes modernos. Mejor dicho los imanes de neodimio, extraordinarios. Los he sacado de viejos ordenadores al desarmar por curiosidad sus discos duros de los que son un componente esencial. Su poder es tremendo en comparación con los viejos imanes. Yo los he utilizado para extraer los pesados granos de magnetita de las arenas negras de nuestras playas. Siempre hay uno en el cajón, y si lo extravío no descanso hasta encontrarlo.
El pisapapeles de Murano
Mi pisapapeles no es antiguo. No tiene años, apenas unos meses pero ha pasado ha formar parte de esta lista y me conquista cada día. Es difícil describirlo. Sobre un fondo azul una serie de anillos blancos en grupos de seis cubre todo el espacio. En el centro de cada uno de estos hexágonos y sobre un fondo oscuro brillan pequeños soles o tal vez margaritas amarillas. Tiene el tacto suave y te brinda una ligera deformación de la imagen cuando lo mueves.
El libro de Albert
El libro de Albert Einstein, “librito que pretende dar una idea lo más exacta posible de la teoría de la relatividad”, simboliza todos los libros con los que tienes una relación especial. Son los libros a los que vuelves una y otra vez. Lamentablemente no caben en el cajón. Deambulan por doquier y algunos, lo lamento, también permanecen confinados en los oscuros trasteros. Estoy en deuda con muchos de ellos.
En estos tiempos oscuros e inciertos confiemos en que prevalezca en las microAventuras de nuestras vidas el “sagrado espíritu de la claridad”. Estos objetos como los que pudieses escoger para tu propia microAventura muestran, eso espero, los anhelos de quien los elige. El ingenio en las reglas de cálculo, la precisión en la calculadora, el misterio en los imanes, el milagro en la lupa, el delicado arte en el pisapapeles de Murano, la inteligencia inspiradora en el libro de Albert Einstein.
Notas:
- Sobre reglas de Cálculo.
- En esta página puedes encontrar programas de emulación de esta y otras calculadoras de la marca HP.
Ana
¡Preciosa microAventura interior! A veces los (re)descubrimientos están más cerca de lo que pensamos, en los objetos que nos rodean y guardan cachitos de la gran aventura de nuestra vida. Buena reflexión para estos tiempos (¡y doy fe de la maravillosa calculadora!). Saludos, #Lainakaiers 😉
Antonio
¡Gracias por tu comentario Ana!