Una de nuestras suscriptoras, conocedora de las vicisitudes sufridas en la subida que hicimos al Teide el pasado noviembre, nos manifestó su sorpresa por la – en su opinión – muy formal y quizá demasiado objetiva descripción que hicimos de la microAventura El Teide por Montaña Blanca y Altavista
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Hemos pensado si podríamos añadir algo más a lo publicado que pudiese completar de alguna manera el relato de nuestra excursión al Pico. Lo hacemos aquí, como si de una segunda parte se tratara, esperando que estos nuevos comentarios puedan ser de interés para los lectores de nuestras microAventuras. A ver si lo conseguimos. De no ser así, pedimos disculpas de antemano.
Caminar, caminar…
En el equipo alguien propuso ir a vivaquear al Teide, es decir, pasar la noche en un saco de dormir sobre sus lavas, bajo las estrellas y después, al alba, acometer la subida hasta el cráter. Todos estuvimos de acuerdo. Sin embargo, subir hasta los 3715 m no es una broma. Hacerlo con unas condiciones meteorológicas adversas implicaba más riesgo aún. Ello generaba ciertas preocupaciones. Por ejemplo, fallar en la planificación, no ser lo suficientemente previsor, no ser capaz físicamente de mantener el ritmo de la marcha, no aguantar la subida, accidentarse, convertirse por cualquier motivo en un lastre para los demás, etc.. Todos los miembros del equipo sentíamos cierta responsabilidad hacia los demás. Así que mientras andabamos por el sendero número siete, acosados por la gélida ventisca, las ideas iban y venían y giraban continuamente alrededor del papel de cada uno, bien como individuo a secas o como individuo que también es miembro del grupo. Este ocuparse y preocuparse por uno mismo y por los demás se fue haciendo más fuerte a medida que aumentaban el frío, las dificultades y la incertidumbre.
Los que suben, los que bajan
¿Qué hace tanta gente por aquí? nos preguntamos. Contamos durante las horas que duró nuestra microAventura varias decenas de personas que subían o bajaban por el sendero de Montaña Blanca. Parejas de jóvenes, caminantes observadores y curiosos, alegres grupos de amigos, alguna familia con niños, personas mayores que sorprenden por su agilidad y los llamativos corredores solitarios que lo hacían embalados, casi volando sobre la lava y la piedra pómez. Lo normal es cruzar con ellos el saludo más elemental ¡Hola! o ¡Qué tal! porque el cansancio apenas da para más y casi todos responden cortésmente. A veces los que bajan, alegres y relajados animan a los que, fatigados y casi sin aliento, acometemos la subida. ¡Ánimo que ya queda poco! !Un par de vueltas más y llegan! ¡Ven aquel palo, allá arriba, ahí está el Refugio¡ No saben cuánto se agradecen estas palabras, pues de inmediato recuperamos el aliento, aparecen como milagro nuevas energías que, en pocos minutos, nos llevarán hasta los 3250 m.
Oscuridad, silencio, frío a la luz de las estrellas
Levantamos la mirada y aparecen poco a poco los afilados bordes de los tejados que se recortan contra el cielo azul. Llegamos por fin a la pequeña explanada donde se encuentra el Refugio de Altavista. Tras recorrer los últimos tramos del camino, más largos y menos pendientes, buscamos de inmediato la protección de sus paredes porque el viento frío arreciaba al caer la tarde. El Refugio estaba cerrado. Muy próximo, a unos tres o cuatro metros había un pequeño cuarto en el que entramos empujando una estrecha y medio atascada puerta de hierro. Habían colocado allí, casi sin espacio, tres literas con seis camas. Entramos y nos apresuramos a descargarnos de las pesadas mochilas y sentimos el alivio de haber encontrado un lugar donde pasar la fría noche que nos esperaba. Ya se encontraba allí una excursionista de nacionalidad checa según nos comentó y que subía sola con el propósito de continuar de madrugada hacia el cráter. Superado el primer momento de desconfianza, trabamos unas palabras en inglés, suficiente para intercambiar los planes que cada uno tenía para el día siguiente. Un rato después llegó en pantalón corto, un excursionista mexicano que vivía en Italia. Los dos extranjeros acordaron subir juntos para ver el amanecer en el pico. Sinceramente parecían muy acostumbrados al frío.
No sabemos muy bien cómo ocurrió pero un rato más tarde nos encontrábamos absurdamente metidos cada uno en su saco de dormir, cuando apenas se había puesto el sol. Puede que para los dos excursionistas extranjeros fuera normal, pero para nosotros claramente no. Si ya nos esperaba una larga noche, imaginen lo que sería intentar dormir desde las 6 o 7 de la tarde hasta el amanecer del día siguiente. Tampoco las alternativas eran muchas, pues en la oscuridad el gélido viento que se colaba por la puerta daba pocas opciones.
A partir de aquí cada cual lo pasó como pudo. La checa y el mejicano durmieron a placer hasta que se fueron de madrugada. Nosotros dimos mil vueltas en los sacos, nos levantamos como pudimos para aliviar necesidades fisiológicas, hubo quien se extravió en la noche y creo que todos buscamos hasta la fatiga algunos minutos de sueño en la interminable noche. El silencio más absoluto daba paso una sinfonía de pequeños ruidos de plásticos, bolsas, cremalleras, mochilas, pasos, chirridos de la puerta, colchones y somieres que casi parecían, en conjunto, una composición musical de vanguardia. Los chispazos de colores provenientes de nuestros relojes, animaban de vez en cuando las paredes del cuarto. Al otro lado de la puerta, se extendía el hielo y el viento soplaba incansable. Hasta que llegó el amanecer un hermoso cielo nocturno brilló con la esperanzadora luz de las estrellas. Al alba la decisión estaba tomada. Para completar la subida al Pico tendríamos que esperar a mejores tiempos. Con el sol de la mañana iniciamos el descenso hacia Montaña Blanca desandando el camino que, el hielo, había vuelto incómodo y peligroso.
Al otro lado de la microAventura
Quedan los que no vienen pero como si lo hicieran. Familiares y amigos andaban muy preocupados por la predicción meteorológica. Y con razón. ¡Lluvia gélida!¡ Temperaturas de -8 ºC con sensación térmica de -14 ºC y el Refugio cerrado! Era posible morir por congelación si las cosas se ponían muy feas. La incertidumbre resultó muy preocupante para los que sabían de nuestra subida al Teide. Afortunadamente cuando pudimos enviar algún mensaje, incluso conectarnos por videoconferencia, con los teléfonos móviles, comunicando que nos encontrábamos bien y el hallazgo del cuarto donde pasar la noche, los ánimos se calmaron. Olvidamos con frecuencia que nuestra aventura es también la aventura de muchos.
Friolento como son todos los canarios
Ni los erizados yelos del invierno ni los insufribles rayos de sol del verano son lo nuestro. Se nos tiene por frioleros o friolentos y es probable que tengan razón. Los canarios tenemos la suerte de vivir en la franja amable del termómetro. Nos movemos torpemente en el frío, sobre todo cuando nos adentramos en territorios fronterizos como las alturas del Teide. Alturas que, a veces, bromean con nosotros y durante algunas semanas del invierno nos asustan vistiéndose de blanco y endureciendo su rostro para obligarnos a aprender palabras tan poco usuales entre nosotros como helada, ventisca, granizo, escarcha, lluvia gélida, carámbanos, cencellada y tantas otras.
En algún momento, agotado y muerto de frío, alguien dijo que después de tres subidas que ya había hecho al Teide, era más que suficiente para dar por cumplido el simbólico deber de todo canario.
Horas más tarde, de vuelta al punto de partida, en las Cañadas, nuestras primeras frases comenzaban así: La próxima vez… Hay que subir más temprano… Buscamos un día en verano o en primavera… Podemos hacerlo de una tirada… Está claro que volveremos.
Notas
- El título es parte de una frase que encontré en el capítulo XIII del Quijote, libro de M. de Cervantes para referirse a los duros y extremados veranos e inviernos del interior de la península ibérica.
- Las fotografías han sido editadas en Gimp aplicando un filtro. El dibujo del Refugio está hecho con el mismo programa a partir de una de nuestras fotos.
- Más que otras veces, si cabe, las opiniones y comentarios expresados aquí son responsabilidad exclusiva de quien escribe esta historia.
- La frase Friolento como son los canarios es de Jules Leclerq, jurista y viajero belga que subió al Teide en agosto de 1879. Comentaba así las quejas de su guía Ignacio, quien al perder su ropa de abrigo temía morir congelado en las inmediaciones de las Cañadas.
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