Si sientes curiosidad por las costumbres de los antiguos habitantes de nuestras islas, no debes dejar de visitar la Necrópolis de Arteara. Un yacimiento de enormes dimensiones que constituye el mayor cementerio aborigen de Gran Canaria.
- Dónde: Arteara, San Bartolomé de Tirajana.
- Duración: Llegar en coche desde la capital te llevará poco más de una hora por el trayecto más corto. Una vez allí lo que tardes en saciar tu curiosidad.
- Dificultad: Baja. Ligero paseo por los senderos que recorren el yacimiento.
- Imprescindible: Agua y protección solar. Es zona seca y especialmente calurosa en verano. Descargar artículo en PDF
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Arteara: un yacimiento inigualable
La necrópolis de Arteara es un fabuloso cementerio aborigen de más de 100.000 m2 de superficie localizado en el barranco de Fataga, en el sureste de la isla de Gran Canaria.
Es bien sabido que los antiguos habitantes de las islas eran reacios a enterrar a sus muertos, pues no concebían que estos fuesen pasto de los gusanos. Por esta razón habitualmente depositaban los cadáveres en cuevas o túmulos. Es este último el caso de la necrópolis. Una vasta extensión de tumbas, en una cifra cercana a los 1.000, repartidas a las faldas del barranco sobre una gran acumulación de rocas sueltas. Piedras basálticas de color rojizo que parecen desprendidas de la propia montaña, y que fueron utilizadas para construir estas singulares estructuras funerarias.
Los túmulos están formados por una especie de pequeño ataúd o caja de piedra formado con lajas, denominado “cista”, donde se colocaba el cadáver. Esta cista se rodeaba con una estructura de piedras superpuestas dando a los túmulos ese aspecto de pequeña pirámide.
En la necrópolis se encuentran, además de los túmulos, otras construcciones denominadas “goros”. Recintos circulares repartidos por el perímetro del yacimiento y localizados en zonas elevadas. Estos goros se presume que fueron empleados para realizar los trabajos de preparación de los cadáveres antes de darles sepultura.
Todo el recinto debió estar cercado por un gran muro de piedra, del que quedan todavía en pie algunos restos bien visibles.
Destaca también en este lugar el conocido como “Túmulo del Rey”. Esta tumba, estratégicamente ubicada, está orientada de tal forma que la luz de los primeros rayos del Sol en el equinoccio de primavera lo ilumina, mientras que el resto de túmulos permanece en penumbra.
Cómo llegar a la necrópolis de Arteara
La necrópolis de Arteara se encuentra a unos cientos de metros del poblado del mismo nombre, ubicado en el municipio de San Bartolomé de Tirajana.
Llegar desde la capital te llevará alrededor de una hora, si vas en dirección sur y asciendes el barranco de Fataga desde la zona de Maspalomas. No obstante nosotros te recomendamos dirigirte por el interior hacia San Bartolomé de Tirajana y descender el barranco de Fataga hacia la costa. Es un trayecto bastante más largo (tardarás prácticamente el doble) pero con un paisaje mucho más agradecido.
El pueblo se encuentra al margen de la carretera GC-60, a la altura del km 37. Una vez allí puedes aparcar, pues el acceso al yacimiento, bien señalizado, está tras un pequeño trayecto a pie.
Al inicio del recorrido existe un centro de interpretación que, de estar abierto, puede ser una interesante visita para comprender mejor la singularidad del lugar. El recorrido por el yacimiento se realiza a través de una pequeña red de senderos que permiten observarlo sin causar daño alguno.
Impresiones de la visita
La visita a la necrópolis es una experiencia que va ganando en intensidad a medida que nuestros ojos asimilan la singularidad del paisaje. Desde un primer momento quedamos deslumbrados por la belleza del propio barranco. Si bien el pequeño caserío de Arteara no tiene ningún interés especial, el lugar donde se encuentra ubicado es deslumbrante: de un lado el impresionante macizo de Amurga, del otro el tremendo deslizamiento de roca que, caído desde lo alto de Fataga, en la falda contraria del barranco, propició la selección de Arteara como el lugar sagrado que fue. En en fondo del barranco, un bonito palmeral da el toque de color a tan árido entorno.
A medida que nos adentramos en el yacimiento nuestros ojos sufren un proceso de adaptación, como cuando acabamos de salir de un túnel y tardamos un rato en recuperar la vista ante la luz del Sol. Observamos la gran extensión de la necrópolis y no vemos más que un inmenso montón de piedras, caídas de la ladera del barranco. Nos preguntamos dónde están los túmulos ¿Nos habremos equivocado de lugar?
De repente, tras un ejercicio de paciencia, atisbamos lo que parece ser un pequeño montículo de rocas que destaca sobre el rojizo mar de piedras. Es un túmulo. Nuestro cerebro ya sabe lo que buscar. Algo en él hace clic y súbitamente, como cuando nos ponemos esas gafas para ver libros 3D, empezamos a ver túmulos aquí y allá. Primero unos pocos, luego decenas, finalmente desistimos de contarlos. La realidad es que toda la extensión está cubierta de estas singulares estructuras y apenas hay espacio en el que no exista roca removida por el hombre.
Es entonces cuando nos hacemos una idea real de la magnificencia del lugar en que nos encontramos. Un escalofrío recorre nuestro cuerpo y vemos ya este cementerio aborigen con otros ojos. Los ojos de aquellos que se maravillan de cómo las huellas de nuestros antepasados resisten el paso del tiempo y se presentan ante nosotros con el fin último de permanecer en nuestra memoria.
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